martes, 22 de diciembre de 2009

El contenido y la forma



A continuación tenéis un texto que acabo de escribir hace escasos minutos para la asignatura de El Arte en el Mundo Contemporáneo. En esta ocasión he terminado por oponerme por completo a todo lo que ha intentado enseñarnos nuestro querido profe (Facundo Tomás, el señor que escribió el artículo original) a lo largo de este cuatrimestre.

Creo que nunca me he ganado tan a pulso un suspenso.


Resumen y comentario de Desde Jaime I

El texto que nos ocupa esta vez es una reseña de la exposición Desde Jaime I. Hoy, escrita por Facundo Tomás, que a su vez figuró como comisario de la misma en 2008. Concebida como conmemoración del octavo centenario del nacimiento de Jaume I el Conqueridor, reunió en su plantel a cuatro destacados artistas valencianos: Manolo Valdés, Miquel Navarro, José Antonio Orts y Bernardí Roig. Atados y unidos sus dispares estilos por los lazos de la sensorialidad y la manera mediterránea de ver las cosas, cada uno de ellos mostró su trabajo bajo la supuesta inspiración de la figura del conquistador de Valencia o, por lo menos, con la intención de conectar al espectador con los sentimientos de las gentes involucradas en la toma del reino a los musulmanes. Por supuesto, todo son excusas; en realidad, tan sólo uno de ellos preparó sus obras expresamente para la ocasión.

Lamentablemente, la exposición tuvo lugar el año pasado y ya se retiró, de modo que no podré hablar de primera mano de las obras expuestas. No puedo hablar de la biblioteca de Manolo Valdés, ni del muro de luces de Bernardí Roig, con la figura hinchada lamentándose contra él; tampoco de la Ciudad Roja de Miquel Navarro, ni de sus guerreros alineados. Tan sólo puedo imaginármelos. Y es únicamente en mi imaginación donde la Font i sèquies de José Antonio Orts resuena al son de mis movimientos con escalas árabes y acordes de undécima.

Sin embargo, no es para el terreno de la imaginación para lo que estas obras fueron creadas, sino para el de los sentidos. La cultura del Mare Nostrum es así. Frente a la espiritualidad de los pueblos nórdicos y anglosajones, que separan forma y contenido (el cuerpo es la prisión del alma), los latinos tendemos -o tendíamos hasta hace poco, porque yo, la verdad, nunca me he sentido especialmente identificado con ello, quizá por la influencia de los medios de comunicación- a verlo todo en una sola unidad, entendiendo que el contenido se condiciona ineludiblemente con la forma, y viceversa (la cara es el espejo del alma). Las tradiciones antiguas y el posterior catolicismo nos han legado esta manera de pensar. Es un tópico: los latinos somos personas sensuales, sensoriales, más que intelectuales. A grandes rasgos, no me cabe duda de ello.

Esto nos aventaja en algunos aspectos en cuanto a la comprensión del arte. Vemos con claridad la metonimia -más allá de la metáfora-, el cuerpo de la obra de arte, su forma; entendemos su plasticidad, el placer que genera y sus posibilidades no solo físicas, sino también psíquicas. En definitiva, su implicación en la vida: su erotismo. Conocemos la verdad que subyace a la ilusión.

Y quizá es por ello que nos gustan tanto los prejuicios. El buen clima nos ha vuelto cínicos.

El alma de una persona ciega de nacimiento es un alma ciega. No entiende lo que son el color y las formas, porque no puede abarcarlas: su ceguera es una característica inherente a ella -más concretamente, a su cerebro. En cambio, alguien cuyo aspecto nos parece desagradable puede ser una bellísima persona en su interior y, de hecho, puede resultar agradable a la vista para otras personas. La realidad es que, aunque la forma física sea idéntica a los ojos de todo el mundo, su contenido puede variar drásticamente en función del espectador. Todo depende del contexto. Todo es relativo.

Encontramos un buen ejemplo en el mundo de los cómics. Una maravillosa novela gráfica puede resultar incomprensible para un profano de la industria: si no sabe que las viñetas se leen de izquierda a derecha y de arriba abajo, en ese orden, difícilmente la entenderá. Así, su forma externa es la misma, pero el contenido se convierte en una enorme interrogación para él. Es un ejemplo claro y bastante definitivo para mí, pero, a sabiendas de que no todo el mundo tiene del cómic la idea de arte que se merece, añadiré que la misma mecánica funciona en multitud de pinturas neoclásicas, donde la figuración no sólo es descriptiva, sino también narrativa, pudiéndose leer de izquierda a derecha como si de un cómic se tratase. Y si no nos convence el ejemplo por su metáfora, vamos con la metonimia: la bandera de España no refleja el mismo contenido en la mente del presidente del gobierno que en la de un etarra. Alude a la misma región (y, para algunos, ni eso), pero los matices son sustancialmente diferentes; no me cabe duda de que eso afecta a su percepción.

Vivimos en un mundo de iconos. Las relaciones que éstos configuran en nuestro cerebro son casi tan automáticas como nuestros propios sentidos, de modo que si queremos entender una obra de arte sólo por su apariencia, estaremos siempre forzando, es más, censurando nuestra experiencia de alguna manera. La forma es importante, condiciona y moldea el mensaje que se nos brinda (que, desde luego, puede no ser otro que la propia forma en sí misma), pero decir que es lo único que importa, que no hay más variables a tener en cuenta, es cerrar deliberadamente demasiadas puertas, es negar nuestra condición de seres humanos, como si no pudiéramos abarcar matices más lejanos y sutiles... como si tuviéramos un alma ciega. La forma y el contenido no son necesariamente lo mismo. Son más bien un matrimonio donde, en principio, ninguno de los dos prevalece. Es el artista quien decide, mediante sus elecciones, a cuál de los dos favorecerá. Un buen artista siempre hace uso de todos sus recursos; por lo menos, siempre debe tenerlos en cuenta. Un buen espectador, también.


Marcel Duchamp nunca ha sido, ni de lejos, uno de mis artistas favoritos. Sin embargo, respeto su aporte a la Historia del Arte. Sus ready-mades hicieron obvia una verdad que siempre había estado ahí: que, en gran medida, el arte es psicología. En aquella época, tuvieron sentido por su impacto social. Mediante objetos banales que poco nos dicen en nuestro día a día, como un sencillo urinario, Duchamp comunicó, voluntariamente o no (y eso no me importa), algo que revolucionó profundamente los círculos del arte y su mismo futuro. Ahora, por supuesto, ya no tienen sentido alguno, porque verlos de nuevo es como ver dos veces El Sexto Sentido. La sorpresa ya te la has llevado, sólo te queda respetar lo que un día significó para ti.

2 comentarios:

  1. espero que el suspenso no te lo otorge el señor facundo por el mero hecho de ir en oposicion a sus ideas,yo creo que lo que deberia valorar objetivamente es tu manera de exponer tus opiniones y percepciones,y yo no tengo mucha idea de estos temas(por no decir ninguna)pero para mi lo que he leido esta muy bien expuesto y por otra parte a el señor facundo al igual que cualquier profesor que se precie deberia llenarle y gustarlr que un alumno exprese sus ideas desde su personalidad y creatividad aunque(y sobre todo)sean contrarias a lo establecido por ellos.
    en esta vida todo es muy subjetivo y cambia en extremo segun la mirada interior y exterior de la persona y el arte desde luego no es una excepcion y creo que es una suerte que eso sea asi y haya tantos prismas distintos,eso te enriquece,aprendes,de lo contrario seria todo monotono y aburrido.

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  2. Oh Mai Fuckin' God!! Qué le has hecho al blog? XDDD

    Felis Navidá!

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